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Manuel Cruz, fotógrafo de la naturaleza

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Manuel Cruz, Manolín

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Pedro Salinas... "Lo que eres"

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Lo que eres
me distrae de lo que dices.

Lanzas palabras veloces,
empavesadas de risas,
invitándome
a ir adonde ellas me lleven.
No te atiendo, no las sigo:
estoy mirando
los labios donde nacieron.

Miras de pronto a lo lejos.
Clavas la mirada allí,
no sé en qué, y se te dispara
a buscarlo ya tu alma
afilada, de saeta.
Yo no miro adonde miras:
yo te estoy viendo mirar.

Y cuando deseas algo
no pienso en lo que tú quieres,
ni lo envidio: es lo de menos.
Lo quieres hoy, lo deseas;
mañana lo olvidarás
por una querencia nueva.
No. Te espero más allá
de los fines y los términos.
En lo que no ha de pasar
me quedo, en el puro acto
de tu deseo, queriéndote.
Y no quiero ya otra cosa
más que verte a ti querer.


De La voz a ti debida, 1933

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Felicidad

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Felicidad, Taché & LeMarek

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Quod me alit me evertit (fragmento), por Joe Eztrummer

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Dibujo: Accident, por Guille Horta



Quod me alit me evertit. Capítulo I

Al atardecer, cuando el sol se apaga, se cierne sobre la casa de Ángela una luz anaranjada que da al edificio un aspeco extraño, como un mosquito envuelto en ambar a la sombra de un gran árbol.En una de las ventanas de la casa hay una escalera que, supongo, servirá para escapar de la trágica existencia de la vida familiar. Pero tras esta sombría portada enccontramos un lugar que esconde luz y fuego, el cielo azul de Ángela, su habitación. En un ambiente de constante tensión se desenvuelve la figura de esta muchacha, cual cabriola de cervatillo volador, como el ave fénix cuando renace de sus cenizas tras engullir perlas de incienso.

- Misteriosa descripción, Heros, misteriosa- dijo Arturo.

Heros, joven atromentado y solitario, inteligente soberbio en ocasiones; un ser al que todo le parecía mal, excepto sus libros y el fuego azul, excepto la soledad y el misterio.

Cuando terminó de exponer su comentario sobre el hogar de la muchacha, Heros volvió a su sitio de costumbre en las gradas del anfiteatro, un anfiteatro abandonado, dispuesto alrededor de de un cristalino lago que en otros tiempos significó la honradez y la rectitud y que ahora servía de encuentro para marineros sin rumbo. En el centro del lago había una estatua del orador romano Cicerón, atormentada por el paso del tiempo, llena de hojas caducas, como si hubiera caído sobre ella la desgracia del amor. Justo detrás del lago se encontraba el escenario teatral donde antaño se representaron obras clásicas, vacío, sirviendo sólo para escuchar los gritos y la ira de dos hombres sin esperanza.

En este lugar gris y sombrío se movía una leve brisa que refrescó la mente de Heros, cansada por el incesante acoso de Arturo, su instructor de filosofía.

- Si la vida se construye con valentía, hay que ser valiente para llevar una buena vida- argumentó Arturo.
- Estoy de acuerdo, pero para ello hay que saber comprender la vida, y creo que eso sólo se consigue de una forma- contestó Heros.
- ¿Cómo?
- Suicidándose.
- No te comprendo- interrogó aturdido el profesor.
- La única manera de saber que has hecho, en que te has utilizado tu existencia, cual es su significado, se sabe justo al morir- dijo Heros mientras liaba un cigarrillo.
- Hay quién piensa que el hombre solo es un organismo vivo, que su libertad viene determinada por la herencia biológica; en sus vidas la fisiología está por encima de cualquier psicología o salida espiritual; ¿qué opinas sobre esto?
- No opino, me limito a observar...

El metafísico coloquio entre Heros y Arturo comenzaba a decaer, por lo que los dos decidieron marcharse.


Por Joe Eztrummer, Año 2000

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