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Placer de dolor

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Fotografía: Javier Vallas
www.javiervallas.es




Es el desgaste
el que empuja mis piernas,
es el viento que las mueve,
el que conduce mis pasos
al último tren sin destino.
Los raíles no aguantarán
tanto peso, se partirán.
Las magras enjutas,
curadas por el olor de la calle,
endurecidas ante la desventura,
solidifican la endeblez
de este jodido talle. Y será
el fulgor mi combustible, y será
la muerte el final. Todo
empezará de nuevo cuando
no se pueda respirar.
El rayo ha entrado por la ventana
y va a ser difícil ke salga.
Malditas ideas de borrachera,
suerte de pensamientos incomprendidos,
los que han traído akí tus celos,
tus miedos, la ira.


Joe Eztrummer
Enero 2008

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Nuevas Semillas

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Hola amig@s:

Esta es una de las fotos que más me han enseñado. Era la primera vez que conseguía algo dentro de un hide y eso marcó un antes y un después en mi forma de hacer fotos. Antes lo tiraba todo en JPG, no sabía muy bien lo que era eso del RAW, y aunque no fue precisamente en aquel primero de mayo de 2005 cuando empecé en esto de la fotografía (la verdad es que no hace tanto tiempo), ciertamente fue desde entonces cuando empecé más en serio con esta afición y tuve claro que era lo que realmente me gustaba. Antes apenas hacía trabajos previos de observación ni nada, este posadero quedaba muy cerca de un camino que había recorrido en varias ocasiones, y cada vez que pasaba por aquí veía salir unos cuantos abejarucos de una rama alta, así que me dije: “¿y por qué no intentarlo?” Cogí el hide y lo puse pegadito a un olivo cercano, y para que se viera menos le puse las redes de camuflaje pensando en que los abejarucos lo verían y se asustarían. Fuera hacía una temperatura muy agradable, no sé si llegaría a 30º, pero cuando me metí dentro lo primero que me impresionó fue el intenso calor, a pesar de que puse el hide en la sombra (es un pequeño defectillo que tienen los cacharrillos estos, al tener el techo tan bajo te llega todo el calor a la cabeza, aparte su reducido tamaño hace que actúe de la misma forma que lo hace un invernadero). Como no me lo había preparado bien, el posadero me quedaba demasiado alto, tenía que inclinar la cámara casi 45º y encima el único fondo que tenía era el cielo, pero es que para colmo estaba ligeramente nublado y sólo salía un tímido sol de vez en cuando. Me alegré bastante cuando a los pocos minutos se posó uno de nuestros amigos en la rama. Era la primera vez que tenía un abejaruco tan cerca. La sesión transcurrió con normalidad hasta que apareció un segundo abejaruco, uno de ellos se inclinó un poco, el otro se subió encima, y bueno, se pusieron a hacer esto, jejeje. Espero que os guste. Un saludo.


Manolín.


Canon EOS 300D + empuñadura Canon BG-E1.
Tamron 70-300 f/4-5.6 AF Macro 1:2, en 300 mm.
Manfrotto 190DB con rótula 484 RC2.
Hide y redes de camuflaje.
Prioridad al diafragma (creo recordar), 1/800, f/10, ISO 400.
Encuadre original.



Manuel Cruz, "Manolín"
Fotógrafo de la naturaleza
Ver página web

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El Club de la Lucha

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Hay un sitio, un lugar, una sensación, hay algo que pescar. ¿Será el futuro? No hay futuro. La vida es una sucesión cíclica de apagar y encender la luz. Hay días en que todo parece oscuro. Hay días en que es mejor no levantar la persiana porque la lucidez no permite ver las cosas con claridad. La confusión llega a todos lados: un médico que salva a un testigo de jehová contra sus creencias, el campesino que pide un préstamo al banco para comprar una agria creyendo que el fruto de su esfuerzo se verá recompensado, el preso que se ahorca, la puta que sangra. Todos ellos tienen en común la esperanza del cambio. Del cambio radical en sus vidas. El lado malo, el bueno, el de enmedio. Todos escogen su camino sabiendo lo que "quieren", a lo que han sido inducidos u obligados desde el nacimiento. Todos apagan y encienden la luz de sus vidas mecánicamente.

El médico elige salvar la vida, reanima vegetales, y ni siquiera él se cree sus consejos, ni siquiera los practica, se siente culpable por administrar veinte miligramos de valium a alguien que tien dudas sobre sí mismo, a cualquier enfermo sin enfermedad, de esos que plagan las aceras de la cobardía; pero necesita mantener su vida, sentirse satisfecho ante el televisor cuando llega a casa, obviar a su familia o a la sociedad -a cualquiera hay que conseguir obviar, porque si no es así comienzan los remordimientos-, hacer como que lucha.

El campesino intenta mantener la tierra que labra limpia, sin impurezas humanas, extrayendo de ella los frutos que tanto trabajo han requerido, recordando los surcos que el sol hacía cicatrizar en la frente de sus padres mientras acarreaban las cestas hasta los mulos. Oliendo a mierda. Así, luchando y sufriendo cada día por sus tierras -las que trabaja-, su sangre se envenena cuando el fruto que realmente recibe es un miserable jornal y no la vida; la que le daría el ser dueño de su destino sin depender del valor monetario del trabajo. Porque el valor monetario del trabajo y el producto de ese trabajo es lo que fulmina su lucha, vendiendo y comprando cachos de vida, cachos de tierra, sin darse cuenta que la tierra es solo una y él mismo con ella.

El preso no entiende de leyes, sólo entiende los golpes. Solamente le vale sobrevivir día a día. Le convencen a base de hostias de que la solución es ser una pared. Le convence su abogado para que confíe en él, para que confíe en el sistema y en las reglas de juego que la vida le ha llevado a desechar. Y confía. Y juega. Y pierde el juego, porque al salir, si sale, se da cuenta de que no se respeta ni respeta lo demás, ni siquiera le respetan a él , aunque luche, aunque sangre, su vida se convierte en un estoico devenir sin preguntas ni respuestas, sin los objetivos del médico o el campesino, porque su corazón sigue en la celda, o quizás es su cuerpo entero el que pende de una soga dentro de la celda.

La puta es puta y ya está. Vende su carne por necesidad o placer y asunto resuelto. Vaga de un lado a otro, o tiene su punto fijo de compraventa de amor y allí pasa sus días, en una esquina de el arenal o en el bungalow hediondo de Shangai, comparte un tazón de arroz con cuatro de sus hacinadas hermanas, tiene dos hijas y es adicta al pegamento, enseña sus pechos a un misógeno que primero la jode y después la mata. Y desde su tumba es capaz de ver como avanza el tiempo gracias al sabor del dinero y la fuerza. Pero ella no pertenece al club de la lucha en el que nos han encerrado. Ella no puede luchar porque no existe. Las putas no viven, sólo sangran, y de eso nadie se acuerda.


Joe Eztrummer
Dekadencia Sonora
Montilla, 2007

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Morir en Lacandona (fragmento)

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Aquí tenéis una pequeña muestra de la historia que estoy escribiendo. Trata sobre el levantamiento zapatista en México el primero de enero de 1994. Morir enLacandona, que se llama la novela, tiene las expectativas de estar concluida alo largo de 2008. De momento, os dejo un corto capítulo de los primeros compasesdel relato.



Comienza todo…



Salté del viejo camión aún aturdido por la manera en que todo había ocurrido. Apenas nos dio tiempo a recoger los enseres de la cena, aunque algunos de los que se quedaron prometían encargarse del resto. Me seguía molestando ese maldito dolor en el tobillo. Empezaba a pensar que no estaba bien tratado. Esas hierbas… el picor llegaba a hacerse insoportable.

Al bajar a la calle me impresionó aún más la visión que tenía de los guerrilleros. Todos ataviados con ese pasamontañas enrojecido, alzando las escopetas y desalojando poco a poco aquel edificio, parecían un potente ejército de hormigas dispuestas a hacerse con su particular banquete. A mi lado paso un grupo de jóvenes claramente ebrios. Asustados al ver las armas, salieron corriendo sin pronunciar un solo grito. Supuse que se acercaron pensando que se trataba de una celebración desfasada, y la sorpresa no les agradó tanto como para quedarse. Nada más darme cuenta que no había podido disimular la sonrisa al ver la reacción de los jóvenes, uno de aquellos guerrilleros me vio y avanzó hacia mí, gritando a un compañero algo que no pude llegar a entender. En sus ojos observé un brillo de satisfacción, y me agarró del brazo.


-Sabía que acudirías, amigo. Te necesitamos para que entregues esto- En seguida supe que era Marcos. De hecho, era de los pocos que se dirigía a mí. Su capacidad para hablar castellano era sin duda una ayuda innegable para ello.

-Aún no estoy del todo seguro, Sup- No lo estaba, en serio. Me temblaban las manos cuando agarré por primera vez aquel comunicado-.

-¡Venga, cagón! ¿Ya viste a Avendaño por aquí?

-No, aún no lo he visto. Acabo de llegar…

Pero no lo veía. El periodista Amado estaría celebrando la última noche del año con su familia, sin duda ajeno a todo aquel jolgorio que se estada librando a pocos centenares de metros de su casa. Decidí llamarle por teléfono. En mi última visita, su hijo me dio el número por si alguna vez necesitaba comunicarles algo. Y ahora lo necesitaba con fuerza…

La cabina de teléfonos más cercana estaba a dos calles de la plaza en que me encontraba. A mitad de camino, mientras guardaba el documento que me habían dado poco antes, oí un galopar de pasos tras mi sombra. Me giré rápidamente, asustado, y vi a un guerrillero correr hacia mí con un fusil entre las dos manos. A menos de dos metros, se paró en seco, me miró a los ojos y, con un pausado gesto, me señaló hacia el camión que me había llevado hasta San Cristóbal de las Casas. Marcos portaba un abultado cajón que había descargado, me miró y alzó el pulgar en gesto de asentimiento. –Jamás pensé que necesitaría escolta- pensé mientras palpaba el hombro de mi ángel de la guarda.

-Amado, soy Lamboa. Perdona las horas, es importante.

-Estaba despierto, Lamboa. Me ha llamado Mercedes hace unos minutos. Presiento lo que has venido a contarme…

-Acuda a la plaza, Amado. Quizá esto le interese como periodista. Los indígenas han tomado el control de…

-¿Así que está pasando de veras? Mercedes tenía razón. Puto, que no la creía… Voy enseguida. Gracias, José Anto…- Se oyó el sonido metálico que anunciaba el fin de la llamada, y caí en la cuenta de que la moneda que había usado para llamar era de menor valor de lo que pensé en principio.

En fin- pensé- ha entendido el mensaje. No tardará en llegar…




Andrew LeMarek. Barcelona, 2007

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