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Mis huesos, por Sergio

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Escalera al cielo, Andrew LeMarek


Mis huesos irán a parar a una caja de pino acolchada, cerrados en la oscuridad serán guiados por los hombros de mis amigos hasta el fuego. Habiendo bebido anteriormente de una botella de “bourbon“, en mi honor harán tragar el licor hasta sus vientres. En la más estricta intimidad cada uno de ellos me hará réquiem en su memoria. Horas después de mi transición se reunirán todos en torno a una mesa, quizás en alguna casa, quizás en la mía, quizás en un bar. Cada uno de ellos habrá jurado. Que en compañía suya he pernoctado, que el alcohol y el humo regaron por igual nuestras mentes, su más querida suerte fue la mía, la de los míos, que en su tiempo libre fui ocupante de su pasado y como tal les pertenezco. Habré sido como el perro que ha comido de las sobras, que digiere la misma carne que su amo.



“¿Porqué pedirle a otro que mate un caballo que es tuyo?”



Autor: Sergio

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No te consumas

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Ecolocal y El Enjambre sin Reina nos vuelven a invitar a sus jornadas de convivencia. En esta ocasión, No te consumas nos propone diferentes actividades para aprender a reducir el consumo energético y de agua en nuestras casas, en una clara apuesta por la protección del medio ambiente.


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El atardecer de los Omeya

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El atardecer de los Omeya, Manuel Aguilar



Manolo nos manda esta preciosa fotografia tomada hace unos meses en Córdoba.

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¿Por qué conducimos por la derecha?

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A pesar de que a los europeos continentales nos choca que los británicos y los ciudadanos de otros estados circulen por la izquierda, todo parece indicar que en el pasado ésta era la convención más extendida por todo el mundo.

De hecho, algunos inicios apuntas a que ya en la época romana los carros circulaban por la izquierda en las calzadas del imperio, costumbre que perduraría durante toda la Edad Media. La explicación que se ha dado es que, como la mayoría somos diestros y en aquella época era habitual ir armando, la gente prefería dejar pasar al que venía de frente por su derecha, por si fuera necesario hacer uso de la espada.

En el siglo XVIII dos factores, uno económico y otro político, contribuyeron decisivamente al cambio. Por un lado, el de la proliferación de grandes carruajes para el transporte de mercaderías tirados por parejas de caballos en los Estados Unidos y en Francia. Como estos carruajes no disponían de asiento para el conductor, éste montaba en el último caballo situado a la izquierda, mientras la mano derecha le quedaba libre para el látigo que le permitía azotar al conjunto de caballos. Colocado así era normal querer ver a los vehículos que venían de cara circulando por la izquierda. Por otra parte, el hecho de que en la Revolución Francesa acabara con la costumbre de circular por la izquierda, una deferencia reservada hasta entonces a la aristocracia. Las invasiones napoleónicas extendieron esta norma a los países ocupados, norma que no fue aceptada por los países que resistieron a esta expansión, como el imperio Austrohúgaro, Gran Bretaña y Portugal.

En 1835 se estableció la obligación de circular por la izquierda en todo el Imperio Británico – excepto Egipto, país conquistado anteriormente por Napoleón -, a pesar de que el resto de países de Europa y América se inclinaban progresivamente por la conducción por la derecha. Este cambio comportó situaciones curiosas, como por ejemplo que en la Columbia británica y otros territorios anglófonos de Canadá se circulara por la izquierda hasta la Segunda Guerra Mundial, mientras que en Québec se circulaba por la derecha.



Sàpiens, noviembre del 2005
Educahistoria web. Fecha de publicación: 10 Dec 2005

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Quizás otro día

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Foto: "Luz", Manolín


Postrado en su sillón, esperando que alguien le invite a salir de su incómodo caparazón de amargura y sinsabor; víctima del tormento de la pasada guerra de desamor que en su día se convirtió en su fiel compañero de torturas. Con aspecto desaliñado y repelente, algo cansado por noches enteras sin conciliar el sueño, de días malditos tumbado en su viejo sillón de eskay, su viejo sillón azul. Pero los días pasan…

Atormentado, al borde de la locura; rodeado de cajetillas de tabaco vacías, de los restos de alcohol de noches tristes y aciagas, esperando quizás poder encontrar algo de alivio y compasión en el color verde de la botella de Cutty Shark. Pero la barba crece y su ausencia no es observada por nadie, ni vecinos, ni familiares… El teléfono no suena. Su maldita previsión está cumpliéndose, sigue solo en casa. “Una casa demasiado grande para una sola persona”, se dice a sí mismo, mientras enciende otro cigarrillo.

Hunde sus manos en su desgreñado cabello, se lamenta por no salir a buscarla, pero la cruel espada de la inseguridad no lo permite. Y siente un dolor intenso que no hace sino aumentar su agonía. Y el teléfono no suena…

El tabaco se acaba; lento va abriendo otra botella verde de alcohol: parece al fin haber encontrado un amigo fiel. Pero lo devora. Vuelta a la desesperación. “Quizá otro día”, piensa.

Pero son muchos los otros días que pasan. Sus ojos cada vez enloquecen más a la ventana, buscando un utópico indicio de su futura libertad. Sin embargo, aquel incómodo sillón es lo único a quien mostrar su desesperanza. Se retuerce en él, se tira del largo pelo, algún cabezazo suena en la pared como la señal de ejecución del sangriento verdugo. Quizás el último puñetazo haya colmado sus ansias de vivir, de disfrutar…

Su última visión fue ella, la fotografía, cruel y perversa como el tirano que inicia la guerra. Respiró hondo, suspiró y soltó la última lágrima que aún le quedaba. “Este último llanto no se lo merece; lloraré mi muerte”.

No pudo celebrarse el entierro, llevaba ya varias semanas inerte cuando lo encontraron. Nadie se molestó por ello. Ella tampoco.



Andrew LeMarek, fecha incierta.
Acabo de rescatar de mi baúl literario esta anécdota que da buena fe de mis primeros días inventando maneras de escribir. Allá por el año 2000, una joven de ojos azules me incitó a no abandonar esta afición que hoy día ocupa gran parte de mi tiempo libre. Por eso, aunque esta historia nada tiene que ver con ella, quise recordarla tal día como hoy.

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Afinando las cuerdas del trigo

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Hola amig@s:

Ya mismo tenemos aquí otra vez a los aguiluchos cenizos, veremos a ver como se dan este año, ya que el año pasado me dejaban demasiados descansos, los cuales dedicaba a aburrirme y a ametrallar (fotográficamente) a este conejo mientras se comía las hojas del trigo. Menos mal que el dueño no lo sabe, si no me hubiera echado una bronca por no espantarlo, jejeje. Este día se me paró el macho de cenizo a 1 metro y medio del hide, joder que chiquito es cuando cierra las alas :D A ver si os gusta. Un saludo.

Manolín.


Afinando las cuerdas del trigo, Manolín



Canon EOS 30D + empuñadura Canon BG-E2.
Tamron SP AF 200-500mm f/5-6.3 Di LD
(IF), en 383 mm.
Hide y redes de camuflaje.
Manfrotto 190DB con rótula
484 RC2.
Prioridad al diafragma, 1/500, f/8, ISO 400.
Subexpuesta 1
paso.
Encuadre original.



Manuel Cruz, Fotógrafo de la Naturaleza

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Eduardo Galeano, "Patas Arriba"

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PUNTOS DE VISTA/2



Desde el punto de vista del sur, el verano del norte es invierno.

Desde el punto de vista de una lombriz, un plato de espaguetis es una orgía.

Donde los hindúes ven una vaca sagrada, otros ven una gran hamburguesa.

Desde el punto de vista de Hipócrates, Galeno, Maimónides y Paracelso, existía una enfermedad llamada indigestión, pero no existía una enfermedad llamada hambre.

Desde el punto de vista de sus vecinos del pueblo de Cardona, el Toto Zaugg, que andaba con la misma ropa en verano y en invierno, era un hombre admirable:

—El Toto nunca tiene frío —decían.

El no decía nada. Frío tenía, pero no tenía abrigo.


Extracto del libro Patas Arriba: La Escuela del Mundo al Revés, de Eduardo Galeano. Ediciones Siglo Veintiuno.

Un libro de obligada lectur para cualquiera que no se conforme con lo impuesto.

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Tan humano como el silencio...por Sergio

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La Noche Estrellada, Van Gogh


Hay luz afuera…llega hasta el borde de mi cama, de manera que veo mis pies al final. El haz de la luna atraviesa mi habitación, un haz estrecho, más si cabe por los barrotes que obstaculizan el vano de la ventana… la única que hay. No recuerdo si llevo mucho tiempo en vela. Bebo un trago de agua y sentado en el filo de mi cama hago un esfuerzo por escuchar la vida. Grillos que ensordecen los oídos de tantos y violan la pesadez de otros. El silencio al fondo… el silencio te hace humano…casi pienso que no debería existir. Sin embargo, siento que es lo único en esta vida que te invierte para que seas tú.

En otras circunstancias me costaría acercarme a la ventana de mi habitación, pero hoy no hay circunstancias…y si la hay… lleva siendo la misma desde que llegué, de modo que soporto la contradicción y respiro hondo, una bocanada de aire fresco que al entrar en mis pulmones se mezcla con el calor que mantiene vivo mi odio, mi pesar y al suspirar se vuelve un elemento inerte más de esta celda. De este modo, lo único que me hace estar vivo es el silencio de afuera. Ahora sé porqué me apoyo en el alfeizar de la ventana del salón todas las noches de verano que me encuentro en casa. Es el silencio el que te hace sentir humano. Aunque… si no fuera por el frescor de esta noche y por el tenue color que invade lo que sólo la luna y aquella farola iluminan, mi humanidad no sería la misma. Sería una especie de animal ansioso, embaucado en una espiral de pensamientos sin el juicio de la vista y el olfato. Por instantes me mezo con la brisa, salgo de la celda y piso la hierba descalzo, sintiendo el cosquilleo de las largas briznas en mis piernas…incluso se eriza el vello de mi piel al sentir el roce de la delicada madrugada contra mi espalda húmeda. Tengo que cruzar los brazos sobre mi torso, con las manos a la altura de los bíceps, acariciándolos…me fundí con la sombra, la noche me hizo una vez más brisa, me hizo de todos el silencio, me hizo grillo, etérea luz y tiempo. Mi cuerpo funciona al igual que los orificios de un instrumento de viento y entona la exacta sinfonía, entona el susurro de la libertad y mi corazón agitado vuelca su grito como una honda percusión, como el sonido de un tambor en la abismal profundidad del océano. Danzan todos los recuerdos, se invitan unos a otros… Si podemos sentirnos libres tan sólo unos instantes, quizás podamos conseguirlo para toda la vida. ¿Cómo no puede el hombre sentir toda esta fuerza tronando, dejando caer sobre la humanidad la ineludible decisión de sentirse parte del mundo?...



Elegimos no formar parte del mundo en el mismo momento que escogemos el camino equivocado, en el mismo momento que obviamos la parte de mar, tierra y aire que compartimos…el momento en que hacemos daño desde la pequeñez como letal aguijón. Dame una razón para ello, dame sólo una razón por la que el hombre despierte sólo, por la que desprecie el amor y se vea obligado al peligro de no sentirse vivo como yo. Para cuando la humanidad muera, seremos el silencio…el mismo que me llevó a sentirme brisa esta noche… para entonces, todos padecerán felices, pues sentirán con gran énfasis por última vez en esta vida, que mejor parte del mundo que individualmente aislado de él.


Autor: Sergio

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