Quickribbon

Molinos en la Mota

|

Nunca te tuve tan cerca. Desde aquellas viejas promesas jamás cumplidas, nunca. Tan cerca, y al mismo tiempo tan lejos. La imposibilidad de llamarte, de anunciar mi presencia en la ciudad prohibida. Pero al mismo tiempo la posibilidad de volver a verte, de disfrutar de tu mirada…

Fue imposible no buscarte. La quimérica sensación de tenerte a unos pocos metros me hacía girar constantemente la cabeza. Buscando tu hermosura entre los miles de espectadores de cualquier concierto, tu sonrisa entre las bocas de esos cuervos, ajenos a mi particular desafío. Deseando encontrar de entre todas las pupilas algún rayo de la luz de tu mirada, alguna mecha de pelo moreno que me descubra que tú estás delante mía, esperando que te susurre al oído cualquier canción.

Después de tantos años, de tantos desencuentros, yo cumplí mi parte de la promesa. Me valió la excusa de la música. En realidad, ese encuentro multirracial sólo era un pretexto para conquistar tu mundo, para explorar sobre el terreno todas esas maravillas que tú me contabas a distancia. Constantemente mis ojos se centraban en La Mota, esa fortaleza que en su día se convirtió en el icono más visible de nuestros encuentros incumplidos. Mi mirada se difuminaba antes de ver la fortaleza, anhelando encontrarse con tu cuerpo. Pero tú no apareces, y mis ojos se enturbian en lágrimas, aún con la esperanza de que tus palabras sanen su marchitada ilusión, que le devuelvan su verdadero color.

La música que servía de banda sonora a mi exploración se iba confundiendo en mi cabeza con eternas canciones que en su día sonaron más que nunca, contigo cerca. Esas que usaste para embriagar aún más mi pasión, para aumentar mi desenfreno aquel julio de 2002. Esas canciones siguen sonando, no sabes cuánto.

La figura del hidalgo medieval cabalgando a lomos de su arrogante caballo se me presenta necesaria. Aquel noble cegado por un amor imposible, enloquecido de pasión y confiado en triunfar en una guerra que ya perdió muchas batallas atrás. Un caballero insensato e inconsciente, preocupado más en urdir su próximo ataque que en cuidar su descuidado aspecto.

Allí estaba yo, en una villa mágica, rodeada de resquicios del medievo, con mi fiel escudero totalmente ajeno a mi más sencilla obsesión, acompañando sin titubeos mis pasos menos firmes.
Allí, observando en los molinos de piedra los rostros de los horribles gigantes del pasado que vuelven para atormentar mis ilusiones, para impedir que termine de recuperarme de la mortal puñalada. Para no dejar que me levante de la caída que sufrí cuando te vi por última vez.


En las estrellas tu rostro, tu mirada en la Luna. La estela de un cometa me confiesa que piensas en mí. Desde tu rincón perdido, te acuerdas de todas aquellas promesas. Sientes impotencia, odio. Los guardianes del castillo no te dejan salir a buscarme aun sabiendo que estoy cerca. Los molinos de piedra soplan al aire para impedir que tus oídos puedan percibir mi llamada. La cita, de nuevo, incompleta. Más cerca que nunca. Y al mismo tiempo, tan lejos…



Andrew LeMarek, Julio 2005

0 comentarios: