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Quizás otro día

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Foto: "Luz", Manolín


Postrado en su sillón, esperando que alguien le invite a salir de su incómodo caparazón de amargura y sinsabor; víctima del tormento de la pasada guerra de desamor que en su día se convirtió en su fiel compañero de torturas. Con aspecto desaliñado y repelente, algo cansado por noches enteras sin conciliar el sueño, de días malditos tumbado en su viejo sillón de eskay, su viejo sillón azul. Pero los días pasan…

Atormentado, al borde de la locura; rodeado de cajetillas de tabaco vacías, de los restos de alcohol de noches tristes y aciagas, esperando quizás poder encontrar algo de alivio y compasión en el color verde de la botella de Cutty Shark. Pero la barba crece y su ausencia no es observada por nadie, ni vecinos, ni familiares… El teléfono no suena. Su maldita previsión está cumpliéndose, sigue solo en casa. “Una casa demasiado grande para una sola persona”, se dice a sí mismo, mientras enciende otro cigarrillo.

Hunde sus manos en su desgreñado cabello, se lamenta por no salir a buscarla, pero la cruel espada de la inseguridad no lo permite. Y siente un dolor intenso que no hace sino aumentar su agonía. Y el teléfono no suena…

El tabaco se acaba; lento va abriendo otra botella verde de alcohol: parece al fin haber encontrado un amigo fiel. Pero lo devora. Vuelta a la desesperación. “Quizá otro día”, piensa.

Pero son muchos los otros días que pasan. Sus ojos cada vez enloquecen más a la ventana, buscando un utópico indicio de su futura libertad. Sin embargo, aquel incómodo sillón es lo único a quien mostrar su desesperanza. Se retuerce en él, se tira del largo pelo, algún cabezazo suena en la pared como la señal de ejecución del sangriento verdugo. Quizás el último puñetazo haya colmado sus ansias de vivir, de disfrutar…

Su última visión fue ella, la fotografía, cruel y perversa como el tirano que inicia la guerra. Respiró hondo, suspiró y soltó la última lágrima que aún le quedaba. “Este último llanto no se lo merece; lloraré mi muerte”.

No pudo celebrarse el entierro, llevaba ya varias semanas inerte cuando lo encontraron. Nadie se molestó por ello. Ella tampoco.



Andrew LeMarek, fecha incierta.
Acabo de rescatar de mi baúl literario esta anécdota que da buena fe de mis primeros días inventando maneras de escribir. Allá por el año 2000, una joven de ojos azules me incitó a no abandonar esta afición que hoy día ocupa gran parte de mi tiempo libre. Por eso, aunque esta historia nada tiene que ver con ella, quise recordarla tal día como hoy.

2 comentarios:

la cocinera políglota dijo...

Una preciosa historia y una bella fotografía. Gracias

Andrew LeMarek dijo...

Gracias a ti, Cocinera.

La fotografía es de un compañero cuyas imágenes merecen la pena. Puedes verlas en su web, enlazada en algunas de las entradas "Naturaleza y medio ambiente"

Un saludo!!