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Medicinas nocturnas

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Y cuando ya parece que nada puede enturbiar aún más la desesperante situación, llega la explosión. Y mil chispas saltan por los aires, como la que encendió la turbulenta oleada de despropósitos que el día quiso regalarme. Sé que el catorce de febrero de mí nadie se acordó, pero no por ello dejará de ser un gran día. Un día jodidamente recordado. Aquél en que la crispación superó los límites de mi paciencia y los gigantes del pasado se convierten en monarcas déspotas del presente más actual, donde los plebeyos, ignorantes, aceptan el reto de putear al más fuerte.

Ciertamente, poner la miel en los labios, incluso prometer promesas de las que nunca se cumplen, parece tarea fácil para cualquier humano. La mañana transcurre radiante entre jardines y arcos ojivales. Pero, poco a poco, el cielo oscurece y con él las ganas de seguir despierto. Sin duda, alguien maneja a su antojo la luz del Sol, apretando hoy el botón de “off” mucho antes de que la Luna se desnude para dar brillo y arte a mis insólitos desembarcos en la madrugada. Posiblemente, la hecatombe aceche en la próxima esquina, la que hay justo antes de llegar al botiquín.

Logré esquivarla. Con ello conseguí también fintar al odio.

Ciertamente, hay medicinas que nunca debieron ser prohibidas.

Ahora sí brilla la Luna, la misma que tantas veces dibujé con palabras. La misma que tantos desencuentros provocó, la que en el último jaque mate no fue más que juez y parte. La Luna de tu rostro.

La medicina palia el dolor, pero tiene efectos secundarios. El primero y más cabrón, el recuerdo. ¡Maldito recuerdo de palabras sin beso! ¡Malditas miradas cruzadas sin miedo! Recuerdo de noches entrometidas, de camas vacías. De sueños compartidos.

El segundo efecto: la sed.

Me levanto, voy al comedor. Está mi compañero, casi dormido, ajeno a mi particular desafío nocturno. Ni siquiera notó la ausencia de la Luna ahí fuera. Yo bebo agua y vuelvo a cerrar la puerta sin hacer ruido, no vaya a ser que espabile el ignorante y me joroba la hipnosis.

Creo que leeré un rato. Aún es temprano para dormir. La medicina dura...


Andrew LeMarek, Día de los Enamorados de 2006

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